Quizá por eso, nuestro tiempo no está por la labor de valorar las humanidades clásicas: no son útiles a corto plazo, son demasiado viejas, requieren cierto esfuerzo... Y, luego, vienen las leyes de des-educación a clavar la puntilla. Comenzando por el llamado plan Bolonia, que ha barrido casi todas las humanidades de la universidad, y siguiendo por la LOMCE, que va por el mismo camino en la enseñanza secundaria. Como decía Jordi Llovet en Adiós a la universidad, "el plan de Bolonia ha puesto fin a las Humanidades, las ha convertido en algo residual".
Les da igual que en el mundo de las clásicas haya una verdadera revolución en el uso de las nuevas tecnologías (mucho más que en la mayoría de materias de secundaria). Les es indiferente que nuestra civilización sea, fundamentalmente, clásica (desconocen la afirmación de Cicerón -o no quieren hacer caso de ella-: "No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños"). No les importa que tengamos un profesorado lleno de ilusión, a pesar de las puñaladas recibidas durante varios decenios... Es igual; ellos a lo suyo: a cercenar nuestras raíces, a eliminar la conciencia crítica de nuestros jóvenes, a extender como una epidemia la moda del pensamiento débil...
Y, en medio de este panorama quasi-apocalíptico, un puñado de aguerridos profesores de esas antiguallas sigue luchando por lo que a algunos les parece una utopía. Quizá porque saben que hay utopías que llegan a hacerse realidad.
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