Hemos acabado las vacaciones, y aprovecho el comienzo de las clases para reflexionar sobre una de las tareas a la que dedico tiempo: como soy el Coordinador de bachillerato, me corresponde la Orientación universitaria y profesional de los alumnos. Vaya por delante que es ese un trabajo que me encanta. Es como el complemento de las clases convencionales: además de ‘enseñar’ puedo ‘orientar’…
Tarea a veces ardua. Dejo de lado a los alumnos que tienen claro qué desean hacer al acabar el bachillerato. En cuanto a los demás, existe un grupo que podríamos denominar el de la indefinición total: “no tengo ni idea de lo que me gustaría hacer”. En el origen de esta situación hay una parte de comodidad, de temor ante lo desconocido y, sobre todo –creo- de miedo a tomar decisiones (algún día habrá que dedicar unas palabras a este miedo tan de nuestra época). Suele coincidir esta indefinición –aunque no siempre- con un alumnado de resultados académicos más bien flojos, lo cual suele ser la causa de sus dudas. Y lo que acaba de retratarle es la apostilla final: “y tú ¿qué crees que debería hacer?” Les suelo agradecer la confianza depositada en mi opinión, pero les dejo bien claro que nunca tomaré una decisión por su cuenta. Yo procuro dar ideas, sugerir caminos, proporcionar información…, pero nunca encaminar decididamente hacia algo en concreto: fundamentalmente, porque el futuro del alumno es un tema de su exclusiva incumbencia.
Los hay que dudan entre varios estudios, porque se sienten capaces de realizar cualquiera de ellos, y todos le atraen. La tarea, en este caso, es más llevadera. Una sugerencia que muchas veces es oportuna: “piensa en qué te gustaría trabajar de aquí a 8 ó 10 años, y luego retrocede hasta ver qué has de estudiar para llegar ahí”. A veces, se hace la luz por este camino. Este tipo de alumno no suele pedir que decida por él.
Es reconfortante ver cómo muchos van progresando en la definición de su futuro, aun siendo conscientes de que la vida da muchas vueltas, y de que no existe la seguridad absoluta.
Suelen venir antiguos alumnos a hablar de sus estudios y profesión; organizamos visitas a universidades cercanas, facilitamos información de todo tipo…; pero lo que más aprecio –porque siempre es más grato y da mejores resultados- son esas charlas personales, amables, distendidas, confiadas, adecuadas a cada persona. En el fondo, la educación –y, por igual motivo, la orientación- no deja de ser un proceso de enriquecimiento personal individual, en el que no valen fórmulas genéricas.
3 comentarios:
Muchas gracias por tu comentario... ¡Y Feliz Año y suerte con tus alumnos a la vuelta de las vacaciones! Un beso,
Sandra
Realmente debe de ser una tarea ardua de veras la de orientar además de la de enseñar. Pues de algún modo, te sentirás responsable, en parte claro, de las decisiones que puedan tomar aquellos alumnos a los que aconsejas.
Lo que está claro es lo mucho que disfrutas con tu profesión(créeme que te envidio, sanamente, por supuesto) y lo acertadamente que pareces conducirla. Ya te comenté en otro post que tus alumnos pueden estar muy contentos de tenerte como docente y tutor. He tenido alguna experiencia como docente y hay mucho descreído de la profesión por todas partes, que nunca serán buenos docentes pues les falta la psicología necesaria, junto con la paciencia rigurosa para poder enseñar de verdad.
Este año me he propuesto sacar plaza como sea para poder formar parte de esta gran familia de las letras(desde la tarima, claro) de una vez por todas. A ver si hay suerte.
Me encanta tu blog, está cargado de vitalidad y eso siempre ayuda.
Si vis scire, doce.
Un saludo y feliz año!!
Gracias por tu comentario. Y me alegra que lo que escribo (que es lo que vivo) te ayude. ¡Que tengas un afortunado 'salto' a la tarima!
Sí: es verdad lo que dices (si vis scire, doce). Se aprende muchísimo al enseñar.
Un abrazo.
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