A
raíz de un artículo de Alberto Royo, titulado “Los ‘otros’ alumnos”, y publicado
el pasado día 1 en El Mundo, me animo a hacer algunas consideraciones, muy
coincidentes con las del artículo.
Desde
la atalaya de la jubilación, pero estando al tanto de lo que se cuece en el
mundo educativo, considero que son muchos los aspectos que pueden ser objeto de
crítica, de mejora, de discusión, etc.
Pero
hay uno que suele ocupar muy poco a los pedagogos, hacedores de planes de
estudio, políticos ideólogos y demás encargados de sacar adelante la educación
(al menos, eso deberían hacer).
Me
estoy refiriendo a la discriminación que sufren los buenos alumnos, y que se
viene notando desde hace décadas en la enseñanza secundaria.
Eso
sí: se habla mucho de la educación inclusiva (café para todos), de promover la
igualdad (igualando por abajo), de la atención a la diversidad (a los diversos
por defecto), de la enseñanza lúdica... y se dedican esfuerzos, personal y
dinero a esos objetivos. Y alguna de esas ideas no están mal, pero las que son
válidas han desenfocado el punto de mira.
Los
alumnos no son todos iguales. Y, si se atiende, de forma loable, a la
diversidad, hay que incluir aquí a los que sobrepasan la media, a los que
tienen ganas de aprender, que ahora se aburren soberanamente porque se les
están recortando las alas, no se les abren horizontes ni se les anima a
desarrollar sus capacidades.
De
este tipo de estudiantes he conocido algunos (casi diría bastantes). Y he hecho lo que he podido para fomentar sus aspiraciones. Pero siempre
he sentido la frustración de que al sistema no parece importarle favorecer la
excelencia educativa, instruir mejor a quienes desean pensar, indagar, abrir
nuevos caminos… Se fomenta poco la creatividad, la búsqueda de objetivos,
la inquietud intelectual, constreñidos como están los docentes por los planes
de estudio, la burocracia y, por qué no decirlo, las pocas ganas de complicarse
la vida.
El
futuro de un país está en esos adolescentes que pueblan las aulas de la ESO y
del Bachillerato. O sabemos darles las herramientas que puedan hacer de ellos (al
menos de algunos) solucionadores de problemas, cabezas pensantes, hombres y
mujeres que sepan mejorar la sociedad siendo mejores ellos mismos… o nuestro
mundo estará condenado a una crisis difícil de superar en decenios.