Quiero hoy referirme a un único aspecto de los llamados recortes que puede incidir negativamente –una vez
más- en los estudios de humanidades clásicas, tanto a nivel de secundaria como a
nivel universitario.
Porque se viene
hablando últimamente de suprimir estudios con poca matrícula (poca demanda,
dicen).
1. ¿Con qué criterio se ha de establecer si unos estudios
pueden o no cursarse? ¿Basándose en una supuesta utilidad práctica? ¿Qué tipo
de utilidad: el mercado de trabajo, el rendimiento económico? ¿Una planificación
encorsetada que recuerde por desgracia los famosos ‘planes
quinquenales’?
La equiparación de la universidad con el mercado de trabajo
puede acabar siendo la ruina del conocimiento. Hay saberes que no tienen una
utilidad práctica, pero que son necesarios. Como decía la filósofa y helenista
francesa Bárbara Cassin: “las humanidades no sirven para nada en particular,pero pueden ser útiles para todo”.
No puede ser que el criterio económico-mercantil sea el único a la hora de establecer qué estudios
son buenos para la sociedad y cuáles no. Hay otros condicionantes –infinitamente
más importantes- que deben tenerse en cuenta.
2. ¿Qué se entiende por poca demanda? ¿Por qué hay pocos alumnos que desean estudiar
Latín y Griego en el bachillerato –o en la universidad-? ¿Alguien les ha informado objetivamente? ¿Ha habido
una orientación veraz y neutral, o más bien eso se deja al albur del ambiente
social que rodea al alumno?
Ya se sabe que las modas también afectan a la elección de
estudios. Y el ambiente familiar. Y el social. Cuando un alumno se halla en la
tesitura de enfocar su futuro, es muy necesaria una orientación adecuada, sobre
todo, a las capacidades e intereses de ese alumno. ¿Existe una orientación así? Cuántas veces un alumno
escoge casi a ciegas, o movido por razones poco objetivas… ¿Le dejamos
realmente al posible alumno de clásicas elegir con libertad, es decir, con
conocimiento de causa, con apertura de miras y respetando su decisión? Al decir
“dejamos”, me estoy refiriendo a la familia, a los profesores y al opresivo
ambiente social que todo lo calibra en función de criterios economicistas.
Me pregunto ¿a cuántos profesionales de la filosofía, de la
literatura, de la historia, de la ciencia, de la medicina… no les hubiera
gustado tener unos conocimientos –siquiera elementales- de Griego para poder ir
a las fuentes en sus materias?
Nunca serán las humanidades objeto de estudio por parte de las masas. Pero siempre lo han sido de las personas que han significado algo importante en el mundo. A este paso, los referentes sociales ¿serán unos grises y anodinos burócratas?
Porque, quizá nuestra sociedad está discriminando a unos alumnos -los de humanidades-, colgándoles la etiqueta de parásito social que debe justificar constantemente su existencia.
Triste sociedad la que rehúye el saber desinteresado…
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