Agustín es el último grande de la literatura romana antigua. Nacido el año 354 en Tagaste, actual Argelia, constituye un testimonio vivo de la convulsa etapa del final del Imperio Romano de Occidente.
Su formación fue clásica y su vida profesional, enmarcada en el ámbito educativo (grammaticus y rhetor en Tagaste, Roma y Milán) hasta su conversión al cristianismo.
En el año 373, se produce la primera de sus dos conversiones: descubre su vocación filosófica, a través de la lectura del Hortensius de Cicerón (obra perdida).
Durante su estancia en Milán conoce al obispo San Ambrosio, a cuya influencia debe una parte de su conversión al cristianismo en el año 386; la otra le corresponde a su madre, Santa Mónica, cuya fiesta se celebra precisamento hoy. Desde entonces, y hasta su muerte en 430, su vida da un nuevo y definitivo giro. De regreso a África, es ordenado sacerdote, y elegido obispo el año 395. Es la etapa, tan fructífera, de su vida de escritor.
Al lado de gran cantidad de escritos teológicos, apologéticos, doctrinales, etc., entre los años 397 y 398 escribió sus Confesiones, un impresionante fresco autobiográfico que ha ayudado a muchas personas a profundizar en el sentido de su vida. Copio un sugerente y conocido fragmento:
“Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé! El caso es que tú estabas dentro de mi alma y yo fuera. y fuera te andaba buscando y, como un engendro de fealdad, me abalanzaba sobre la belleza de tus criaturas. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me retenían prisionero lejos de ti aquellas cosas que, si no existieran en ti, serían algo inexistente. Me llamaste, me gritaste, y desfondaste mi sordera. Relampagueaste, resplandeciste, y tu resplandor disipó mi ceguera. Exhalaste tus perfumes, respiré hondo, y suspiro por ti. Te he paladeado, y me muero de hambre y de sed. Me has tocado, y ardo en deseos de tu paz” (Conf. X. 27, 38).Hacia su África natal llegan muchos huyendo del saqueo de Roma provocado por la entrada del visigodo Alarico el año 410. Precisamente, la reflexión sobre ese hecho inspiró a Agustín La ciudad de Dios, escrita entre 413 y 426, su otra obra maestra, que presenta el panorama del fin de las grandes civilizaciones y el destino eterno de la raza humana.
Es muy conocido este fragmento, que viene a ser como un resumen de su mensaje:
"Dos amores hicieron dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, hizo la ciudad del mundo; el amor de Dios, hasta el desprecio de sí mismo, hizo la Ciudad de Dios". (Ciudad de Dios, libro XIV, cap. XXVIII).
Sorprendente y novedoso, San Agustín siempre resulta interesante por la agudeza de su pensamiento y por sus planteamientos poco tópicos.
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