sábado, 16 de noviembre de 2013

Educación y pedagogía

La penosa situación de la enseñanza en nuestro país, que ya viene de lejos, debe mucho al poco o nulo protagonismo que han tenido los enseñantes en la elaboración de las sucesivas leyes, planes, proyectos, etc., y al exagerado papel otorgado a ciertos pedagogos de despacho.

Hacía tiempo que deseaba comentar algo al respecto. Y la ocasión se me acaba de presentar al leer, hace pocos días, unas declaraciones de Francisco Rodríguez Adrados. Se puede ver la entrevista completa aquí. Entre otras cosas, decía:
"los pedagogos han infectado la educación. El "pedagogismo" cambió los conocimientos por el protagonismo del niño. Todos han seguido la misma línea de rebajar los contenidos".
Se suele denominar pedagogismo a una teoría, basada en determinados principios pedagógicos (constructivismo y educación comprensiva) aplicados a ultranza y aireados, entre otros teóricos, por Philippe Meirieu. Basándose en que “los niños se aburren en la escuela” se han vaciado de contenido las materias y se ha renunciado a la mejor herramienta contra el tedio que idiotiza a los alumnos: el conocimiento.

Pueden verse las ideas de Meirieu en su escrito El pedagogo y los derechos del niño, de 2001 (en francés).

Esta revalorización de los contenidos, y otras ideas afines, las ha plasmado el profesor Jean-Paul Brighelli en un libro -ciertamente polémico- titulado La fabrique du crétin : la mort programmée de l'école. (Ed. Jean-Claude Gawsewitch, 2005) . De él son afirmaciones como las que siguen:

Una civilización tiene la escuela que se merece y actúa globalmente para fabricársela. Para poner de rodillas lo que fue uno de los mejores sistemas educativos del mundo, hizo falta una singular conjura de voluntades perversas y de buenas intenciones imbéciles. No se destruye sin esfuerzo, en una veintena de años, lo que la República tardó más de un siglo en edificar.


El alumno tiene derecho a exigir un saber. Y el docente tiene el deber de instruirlo. El alumno debe ser tomado en serio: está ahí para estudiar. El docente tiene el deber de hacerlo trabajar duro: no está ahí para hacer guardería –ni para animar debates o encuadrar trabajos personales sacados de Internet.

Ahí está la verdadera demanda: aprender. Volver a casa al fin de la tarde más enriquecido que al partir. “¿Qué aprendiste en la escuela hoy?” Si a esta pregunta de los padres, el niño o adolescente no tiene nada que responder, es que ha perdido su jornada.

De esto resulta que el maestro no es un compinche. No se lo llama por el nombre de pila, no se lo tutea.
“Escuchar al alumno” es uno de los camelos de moda impuestos a los profesores para justificar el hecho de que los alumnos, por su lado, ya no escuchan. Que el maestro esté atento al feed-back, está muy bien. Que permita que se contamine esa comunicación sabia que es la transmisión del saber con consideraciones sentimentales es una aberración.

Lo evidente es que cada vez más alumnos tienen demasiado tiempo libre en clase, demasiado pocas consignas, demasiado poca tarea. Cualquier alumno un poco despierto se aburre al segundo minuto de clase.
Pero mientras los burócratas, que creen conocer algo de enseñanza, no entiendan que los niños aman los desafíos (intelectuales, entre otros) y no desean espontáneamente ser tomados por imbéciles, seguiremos hundiéndonos en el analfabetismo.

Antoine Prost, reputado historiador francés, que militó durante años en las filas pedagogistas, reconocía: 

Seamos serios, pretendemos haber querido que nuestros niños aprendieran más y mejor y hasta ahora hicimos todo lo que hacía falta para que aprendan menos, y peor (...). Hemos organizado el fracaso.

Algo hay de todo ello en nuestra educación. Y, al lado de esos postulados oficialistas y políticamente correctos, hoy mismo se está celebrando en Sagunt una multitudinaria Jornada de cultura clásica (¡en sábado!), donde se respira pedagogía auténtica, no la de libro, despacho y naftalina.



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