SIEMBRA, QUE ALGO QUEDA...

A comienzos de este mes, dediqué una entrada a despedirme de la promoción de bachillerato de este año, comentando brevemente lo bien que les había ido en las pruebas de Selectividad.
Luego, fueron llegando los comentarios y, entre ellos, tres correspondían a alumnos de ese curso. Dos se entrelazaban en sus argumentos y me llamó la atención el juicio que hacían, en general, de su profesorado. Transcribo unos párrafos de ambos comentarios:

Si yo ahora también he decidido estudiar Magisterio es porque, entre otras cosas, he podido disfrutar de un buen profesorado que se animaba con su trabajo y amaba su oficio. Siempre he pensado que un buen profesor es aquel que, además de poseer muchos conocimientos, ha de tener la habilidad de saber transmitirlos y enseñarlos a los demás. Aquí es donde, muchas veces, se puede observar la diferencia entre un profesor y un BUEN profesor.

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Y las gracias creo que van por los dos grupos de profesores (...) tanto los buenos como los malos, porque de los dos hemos aprendido lo que queremos y lo que no queremos ser. Por cierto, finalmente me he decidido: Magisterio de primaria. Y estoy muy contenta.

Son afirmaciones contundentes, sobre todo la segunda, de alumnas que manifiestan su opinión con la sinceridad de quien ya se ha distanciado un tanto del tema como para verlo con un poco de perspectiva.

Y creo que parte de nuestra responsabilidad, la de los profesores, está precisamente en transmitir amor por la profesión. Para señalar, siquiera mínimamente, un camino que merece la pena ser seguido. Ya se ve que a algunos alumnos eso les sirve para reafirmar, o descubrir, su vocación.