lunes, 12 de agosto de 2019

Unos saberes útiles y desinteresados (V)

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Siempre se ha mencionado el valor de las lenguas clásicas por su importancia para formar la mente. Pero también hay otros aspectos que contribuyen a priorizar la enseñanza de los clásicos.

Toda la cultura clásica se basa en la unidad. Detrás de cada palabra hay toda una civilización. El estudio de un texto no sólo nos conduce -insisto- a conclusiones lingüísticas o literarias más o menos interesantes, sino a una manera de entender el mundo, a una concepción del hombre.
El contacto con lo clásico ayuda a pasar por encima de lo meramente contingente, para llegar a interesarse por lo que tiene un verdadero interés general, es decir, por un ideal.

¿No está nuestro mundo ciertamente ayuno de razones profundas, y demasiado sobrado de contingencia?  Realidades ‘líquidas’, pensamiento endeble, tendencia a lo pasajero, predominio de la inmediatez…  Verdaderamente, andamos escasos de humanidad, de ideales altos y duraderos.

El rigor que supone el estudio de una lengua flexiva, el esfuerzo que representa
asimilar las estructuras sintácticas, la precisión léxica en la expresión, son otras tantas ayudas para fomentar la reflexión, un inquieto espíritu crítico, y una muy apreciable capacidad para adaptar las ideas generales a cuestiones concretas. El beneficio que ello comporta ayuda necesariamente a la formación global de la persona, y a su preparación específica en otras materias.
Esa precisión en el decir constituye un formidable antídoto contra la verborrea vacía de contenido. El lenguaje latino es fundamentalmente profundo, exacto y contundente. ¡Cuántas expresiones «lapidarias» nos han legado los romanos, y seguimos utilizándolas como la mejor manera de expresar clara, completa y brevemente una idea! ¡Cuántas veces las hemos empleado sabiendo que, por ser el latín una lengua definitivamente fijada, el valor de esas expresiones se ha convertido en algo firme, imperecedero!

Y todo ello tiene un especial valor hoy en día, porque no solo predomina la “verborrea vacía de contenido”  -muchos pensarán en frecuentes mensajes políticos…- sino también una verborrea limitadísima en el uso del vocabulario. Dicen que, con el auge de las redes sociales, la pobreza del lenguaje de ha acentuado notablemente. Y si en vez de palabras al uso se emplean emoticones o abreviaturas…



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