jueves, 10 de diciembre de 2009

Sócrates redivivo o cantos de sirena

Es un tema recurrente, pero no por eso deja de ser real. Se nos puede tachar de victimistas, pero la verdad es la que es... Que el Griego y el Latín (¡me gusta escribirlos en mayúscula!) han padecido -y padecen- una especie de caza de brujas es incuestionable.
Se han escrito centenares y miles de páginas sobre ello pero, el día que dejemos de hacerlo, la tenue cuerda que nos une a la docencia se romperá. Es como el animal que, con un hálito de vida, se mueve y aspavienta para evitar que el buitre se acerque: si desfallece, cae y se queda inmóvil, su fin es más que evidente.

Hace ya más de dos años, recogí un lúcido y certero artículo de Beatriz Sarlo en el diario argentino Clarín. Salvo alguna referencia localista, el panorama que dibuja es perfectamente aplicable a nuestra realidad. Por ejemplo, ¿cuál sería la reacción políticamente correcta ante una propuesta de aumento y extensión del aprendizaje de las lenguas clásicas? Pues ésta:
Se recitaría todo el catecismo de la teoría educativa: que la propuesta ignora la cultura de los adolescentes y las necesidades de su formación, pasa por alto las relaciones con el mundo del trabajo, restablece el autoritarismo al definir contenidos de enseñanza lejanos a los intereses de los estudiantes, está de espaldas al futuro y sólo significa el intento reaccionario de restablecer una cultura inservible y elitista.
Lo de inservible, se ve que tiene éxito en muchos sitios... Basta con colocar la etiqueta, con declararlo caducado, y ya está.

Si está bien o mal enseñar latín a algunos chicos es una cuestión que queda fuera del debate, como si se nos quisiera convencer de que el mejor modo de prevenir el sarampión es declararlo obsoleto. El latín, como cualquier otra disciplina que no esté conectada de modo funcional con el presente, es un obstáculo y una carga, algo que debe ser repudiado o confiado a un reducido núcleo de especialistas extravagantes que se ocupan de ella. Se les tolera, pero se los mantiene en un lazareto para que no corrompan a la juventud.
Porque corromper hoy a la juventud parece identificarse con
darle conocimientos, sentido crítico de las cosas, argumentos para razonar, libertad para vivir responsablemente. Como hacía Sócrates que, claro está, sobraba en la sociedad que pretendían algunos.

Y ¿qué se les ofrece a cambio a nuestros estudiantes? Fuegos de artificio: bonitos, ilusionantes, espectaculares... pero que duran unos instantes. Modernos cantos de sirena...

Y todos miramos Gran Hermano porque ésa, a diferencia del latín, es nuestra cultura común.
Triste y descorazonador, pero bastante real.
Igual que Sócrates no murió para siempre, nos toca ahora mantener encendida la verdadera ilusión entre nuestros alumnos. Procurar que no se apague y que crezca en ellos un amor grande por la verdadera cultura, sin sucedáneos ni adulteraciones.

Puede leerse el artículo completo aquí.

3 comentarios:

Iaenus dijo...

A mi me da a veces la impresion que somos los unicos que nos estamos dando cuenta de lo que realmente esta pasando. Por mi parte me duele mucho que en los ultimos claustros y reuniones educativas solo se hable de formacion laboral y nunca de educacion, personas e individuos. Acaso nadie se da cuenta que bos estan convertiendo en una escuela de oficios. Evidentemente que corronpemos a la juventud, queremos que aprendan y se formen como personas. Yo quiero que mis alumnos cultiven su personalidad, y que les enseñe un oficio un maestro, no un sistema educativo decadente. Gracias Lluis

Ricardo dijo...

Repito lo que dije en un comentario anterior, Luis, parece que lo que no interesa es que el alumnado, las personas, los/as ciudadanos/as lleguen a pensar por sí mismos/as de forma crítica y libre. Ya no habrá más librepensadores que den la lata, aunque el veneno no sea la cicuta, es mucho peor que eso. Excelente artículo, Luis. Un abrazo.

Ramon Torné Teixidó dijo...

Naturalment, els qui havien de fer alguna cosa per a canviar la dinàmica actual no faran res. Ho tenen més clar que nosaltres mateixos.