Es famoso el retrato que hace Quintiliano del maestro, y de la actitud que ha de mantener ante sus alumnos. Por ejemplo, en cuanto a las manifestaciones de su carácter, despliega este catálogo de dotes:
Su austeridad no debe ser triste, ni su familiaridad relajada, para que no surja de aquella el odio ni de esta el desprecio. (...) advertirá más frecuentemente, que castigará. Tampoco debe ser colérico, encubridor de lo que hay que corregir. Será sencillo al enseñar, soportará el esfuerzo, será constante antes que impulsivo.El poder de sugerencia del maestro proporciona buenos resultados de cara al razonamiento de sus alumnos:
El mismo maestro dígales cada día algo, o mejor muchas cosas, que los oyentes puedan comentar con él.
Contestará con gusto a los que le pregunten y a los que no pregunten les interrogará. Al alabar las intervenciones de los alumnos no será ni irónico ni efusivo, porque lo uno produce el tedio para esforzarse y lo otro seguridad excesiva.
Ahora bien, de ninguna manera se ha de permitir a los muchachos (…) esa liibertad de levantarse de su puesto y dar saltos de júbilo (…) y (…) no sólo se ponen ahora en pie (…) sino que echan a correr y con desvergonzado jolgorio gritan y aplauden a una.
Quintiliano nos queda más cerca de lo que a muchos pueda parecer. Le debemos muchas cosas: entre otras, el primer 'plan de estudios' que tuvo Roma, en los albores de una enseñanza publica que daba sus primeros pasos.Hay hasta algunos juegos no desaprovechables para agudizar los espíritus de los jóvenes, cuando ellos apuestan entre sí con pequeñas preguntas sobre cualquier materia.
1 comentario:
Molt bo el text, no el coneixia. Ve a ser una raó més per ensenyar més clàssics i menys pedagogia i pseudo-psicologia als futurs mestres...
Salutacions,
Jaume
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