viernes, 28 de marzo de 2008

EL ÚLTIMO BATALLÓN

El lector agradecerá ver aquí palabras ajenas, si superan claramente las que yo pueda escribir. Por eso no es la primera vez que recojo una opinión de Francisco Sianes. Su distinción entre profesores y maestros cabría sin duda matizarla y merecería una explicación pero, aparte eso, el mensaje central de su escrito me parece de lo más lúcido. He hecho un resumen, aunque puede verse el artículo entero en su blog.

En el irrecuperable pasado, los profesores de instituto habían sido esos alumnos respetuosos, aplicados y estudiosos, algo indolentes, amantes de la tranquilidad y los placeres serenos que llegaron a sus puestos de trabajo con la convicción de arribar a un puerto benigno donde la mercancía de sus conocimientos sería recibida con ilusión; (...)

Pero esta singladura sólo era posible en un orbe donde el conocimiento aún era respetado. (...)

A la sombra, los maestros esperaban su turno: en otro tiempo habían sido esos alumnos con escasas luces, rencorosos con los "empollones", astutamente trepas y con una ambición política desmesurada que comprendieron pronto que su poder no es el saber y planificaron hacerse con el poder a secas. Con la perseverancia del vengativo, se hicieron con las antiguas fortalezas políticas (las directivas y los cargos sindicales y políticos) y levantaron otras nuevas (APAS, departamentos de orientación y pedagogía). Manejando los hilos del "politiqueo", ocuparon también las facultades "blandas" (quién ignora que el acceso a la docencia universitaria es cualquier cosa menos meritocrático)(...)

Lo que les esperaba a los profesores! Atenazados por la cuádruple pinza del rencor maestril, sindical, psicopedagógico y universitario, habían quedado vendidos en tierra de nadie. ¿Reaccionaron? Claro que no. Ellos estaban hechos de otra pasta: detestaban la sangre, fajarse en la batalla cuerpo a cuerpo: ¡ellos eran ilustrados! (...)


Casi todos acabaron cediendo, ignorantes de que la cesión ante los airados nunca calma el rencor: sólo lo enardece. Hoy se sienten incapaces de recuperar el terreno perdido: se han rendido.

Solo unos cuantos -se dice que son trescientos- resisten aún. Irreductibles, estragados, mantienen firmes sus mermadas filas, conscientes de la derrota "pero nunca en doma". A veces, una ligera brisa de esperanza hace crujir y ondear sus parcheados estandartes. Entonces sus mandíbulas y puños apretados se relajan un instante y ríen juntos. En esos momentos luminosos, incluso la victoria parece posible.

Ni ellos mismos saben cuánto depende de que ese último batallón no rompa filas jamás.

3 comentarios:

Álvaro P. Vilariño dijo...

Sinceramente, creo que el artículo es muy injusto con la figura del maestro, aún más vilipendiada si cabe que la nuestra.
El otro día, sin ir más lejos, admiré en silencio, y en la distancia, la labor de una profesora de gimnasia de primaria con su clase. No os podéis imaginar lo que cuesta solamente conseguir que los niños recojan los balones. La paciencia. La dedicación. El cariño necesario con tan tiernas (y a veces endiabladas) criaturas.

Luis Inclán García-Robés dijo...

Es cierto, Álvaro. Hay algo de injusticia en la visión que da del maestro. Se entiende -al menos así lo entiendo yo- que desea criticar un determinado tipo de docente con cierto complejo de inferioridad y pocas ganas de dedicarse a lo que toca.

Francisco Sianes dijo...

Álvaro,

Evidentemente que hay mucho de injusticia con muchos maestros, si no se atiende a la ironía con que escribí ese texto. Infinidad de maestros cumplen con su labor de forma admirable. Como colectivo, sin embargo, han sido absolutamente perniciosos para nuestro sistema educativo público.

Fueron los maestros (muchos reconvertidos en psicopedagogos o directivos) los que se encargaron de ejecutar la política educativa del "todo vale", el mito del buen salvaje, el crepúsculo de la responsabilidad y el buenismo. Y siempre "cargándose de razón" contra los presuntamente inmovilistas, reaccionarios y elitistas profesores.

Muchísimos profesores se sumaron, por supuesto, a esta política y lo seguirán haciendo. En modo alguno defiendo a mi colectivo: me avergüenzo de su connivencia con el desastre. Si bien, para destruir al Moloch del sistema logsaico y postlogsaico sólo confío en el esfuerzo sobrehumano que una parte de los profesores de instituto hace día a día para poner diques al avance del desierto y abatir a la bestia.

Es a ellos a quien dedico ese pequeño homenaje.

(Los encontrará, por ejemplo, aquí: www.aso-apia.org)

***

Estimado Magister,

Gracias, una vez más, por la amabilidad de citarme en su blog.