lunes, 13 de agosto de 2007

DE CURSO EN CURSO

A lo largo de la calle donde vivo, hay numerosos ejemplares de Ginkgo Biloba, un árbol único -sin ningún tipo de 'parientes' vivos-, procedente de China y que es un verdadero fósil viviente. No es frecuente hallarlo por estas latitudes y, mucho menos, a lado y lado de una calle concurrida.

Durante meses, he ido siguiendo la evolución de uno de estos árboles: las fotos que ilustran este artículo son, respectivamente, de los meses de agosto, septiembre, principios de octubre y finales de este mes.

Aparte del interés que pueda tener en sí mismo el estudio de ejemplar tan singular, el hecho es que su ciclo vital me hace recordar otro: el de los cursos escolares que se van sucediendo año tras año. Algún paralelismo hay -me voy a referir especialmente a alumnos de bachillerato-, aunque con las estaciones cambiadas...

Cuando empezamos un nuevo curso, es indudable que hay ilusiones por todos los lados: por parte de los profesores y de los alumnos, por mucho que algunos de éstos intenten disfrazarlas. Las expectativas casi siempre son optimistas y hay ganas de hacer las cosas bien hechas, porque las fuerzas están intactas. Además, aún no ha aparecido ningún problema importante en el horizonte.
Es el árbol frondoso, en todo su esplendor, cargado de vitalidad y de esperanzas.

Luego, al paso de los meses, van surgiendo en los alumnos los obstáculos, ciertas desilusiones, las desganas... Parece como si fallaran las fuerzas, y la motivación inicial pierde algo de fuelle.
El invierno escolar que sigue a la primera evaluación es un momento delicado, frágil, en el que el profesor ha de saber aplicar esos recursos que dicta la propia experiencia, y que no suelen estar en los libros porque, desgraciadamente, muchas veces quienes escriben los libros no se han pasado años ante alumnos de carne y hueso.
Nuestro árbol comienza a perder vitalidad: han empezado a asomar algunas hojas amarillentas... Pero, ¿no le da eso un carácter más atractivo?
¡Qué sería de la vida sin sombras, con sólo luz..!


El tiempo sigue su curso; algunos alumnos han perdido comba irremisiblemente; otros parecen aflojar el paso; la mayoría redobla los esfuerzos para afrontar con garantías la lucha final. Es el momento de la madurez, cuando se aprietan los dientes y se acelera el paso; cuando se van dejando de lado las tonterías y uno se dedica a lo que interesa, aunque haya que hacerlo todo compatible con la eclosión de la primavera... Y eso, a veces, requiere del profesor mucha mano izquierda, mucha atención y una dosis de paciencia nada despreciable.
Pero la madurez está ahí, y combina las tonalidades ocres y verdes con serenidad, dejándose llevar por el tiempo...


Cuando se observa ya cercano el final del curso, se exprimen las últimas fuerzas para acabar con éxito, o al menos decorosamente, lo que ha costado tanto construir durante meses. Por el camino, casi todos han perdido parte de sus fuerzas, como nuestro Ginkgo, que comienza a alfombrar el suelo... Ya no quedan hojas verdes, pero no es muestra de decrepitud: es la plenitud final. Se cierra un ciclo.
Bueno: en realidad no se cierra aún. Al árbol le falta su etapa de desnudez; cuando, a sus pies, bajo las ramas vacías, el manto amarillo es un remolino de hojas que se lleva el viento frío del atardecer.
Pero no he querido recoger ese momento. Prefiero creer que, en nuestros alumnos, siempre hay hojas -verdes, amarillas, ocres- que cuidar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Conoces el poema de Goethe sobre este árbol?

http://fabian.balearweb.net/post/5463

Fabián